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miércoles, enero 21, 2004

Santiago de Chile es definitivamente, una ciudad en la que jamás viviría. La gente se viste mal, come mal, la supuesta amabilidad chilena está cargada de hipocresía, y por desgracia muchos de estos tipos que están frente a mis narices, aman a pinochet. Acá pasó algo malo, mucho peor que la dictadura argentina. Aquí todavía lo defienden, le llaman el Tata, mientras comen unos panchos espantosos, con una repugnante salsa de mayonesa y palta. Nos odian. Odian a los argentinos, es natural que sea así. Mientras tanto, los sectores no pinochetistas, los tipos más o menos lúcidos, suelen ser personas por demás agradables, de buen corazón, grandes bebedores de vino y eternos fumadores de canabis. Su sentido del arte en general es exquisitamente refinado. Una parejita de actores me pide fuego, tomamos un cerveza, les cuento del viaje (mierda, ya empiezo a extrañar) les convido parisien y comemos algo. Ella me recita a Anais Nin, él promete escribirme. Hablamos por más de dos horas. Se van y nos abrazamos. Me quedo solo con mi vida desvastada, pienso que nada de los últimos años se va conmigo, salvo mi alma. Andrea está por llegar. Ella siempre está. La vieja insiste en que deberíamos hacer algo juntos. En fin. Ya pasó, solamente puedo decirle adios a todos los fantasmas.....

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