martes, febrero 17, 2004
Copersucar
Un R-6 amarillo bajo el agobiante sol de aquel mediodía de noviembre en Mendoza. La aguja del medidor de nafta, estaba acostada debajo del cero hacia rato. Encendí un cigarrillo, sabiendo que no lo terminaría antes de llegar a la Estación de Servicio.
En un cruce de dos antiguas rutas estaba la Estación de Servicio. Si bien ahora quedaba a pocos minutos del Centro, conservaba la estructura de aquellas estaciones de servicio de las afueras, donde se abastecen camiones y camioneros antes o después de largos viajes. El ancho playón, antiguo estacionamiento de grandes vehículos manejados por los profesionales del rubro, ahora era un caos sin señalización por donde circulaban camiones, autos, bicicletas y peatones, en ambos sentidos de cada punto cardinal, y también en las infinitas diagonales.
En el semáforo de esa esquina en la que los años pusieron una rotonda, tiré el cigarrillo por la ventanilla. Trataba de deducir que es lo que iban a hacer los vehículos que tenían probabilidad de estorbar o interceptar mi trayectoria, cuando la luz verde indicara para la mayoría, “sálvese quien pueda”. Evaluaciones complejas donde intervenían, tamaño del vehículo, temeridad del conductor, urgencias inconfesables y otras variables reales, imaginarias e inimaginables, sucedían en los interiores de cada vehículo, algunos trataban de hacer claras sus intenciones con aceleradas intimidatorias.
Pasé la turbulencia del semáforo verde sin consecuencias, para entrar en la Estación de Servicio, ese playón sin ley.
Avanzaba despacio, casi a paso de hombre. Había mucha actividad, pero el camino a mi destino, el surtidor de nafta, estaba despejado. No por eso había que arrebatarse y acelerar, sino todo lo contrario. A lo lejos venia una bicicleta en dirección, que a los efectos prácticos, podría definir como perpendicular a la mía. En un principio no le di ninguna importancia, pero luego me comenzó a llamar la atención que seguía viniendo hacia mí, yo avanzaba y el conductor de la bicicleta, seguía dirigiéndola hacia mi R-6, como si viniese montado en algún tipo de torpedo teledirigido. A cada nueva posición mía, él parecía corregir automáticamente su rumbo, para seguir apuntándome. A unos treinta metros de mi meta, cuando ya creía haber logrado mi propósito sin inconvenientes, la bicicleta impacto en la parte trasera de mi auto, con la consecuente caída de su tripulante.
Fue una evaluación rápida, cuando mire hacia atrás (no por el espejito, me di vuelta en el asiento), el tipo ya se estaba levantando, no tenía sentido parar en el medio del playón. Seguí hasta la bomba, donde me esperaba el playero, manguera en mano. Me baje del R-6, fui a mirar el lugar del impacto en el auto, (esa mirada de inspección que tenemos todos, cuando chocamos o nos chocan), no tenía nada, le pase la mano a la chapa, como haciéndole una caricia. El tipo se había quedado parado en el lugar del “accidente”, a más de treinta metros e intercalaba miradas de inspección a su bicicleta con miradas llenas de odio hacia mí. Entonces yo le pegué el grito.
__ Sos loco, andas en pedo o estás medio pelotudo.
Evidentemente, el abanico de posibilidades que le di a elegir, no fue de su agrado, ya que empezó a gritar, hacer ademanes y gesticulaciones que evidentemente eran, más que una justa defensa, agresiones hacia mi persona. Era claro que el tipo me estaba puteando, a pesar de que no se escuchaban sus insultos debido al gran quilombo de motores de camiones, bocinazos y frenadas entre otros ruidos. Entonces pase a explicarle a los gritos y con las señas correspondientes.
__ Pero que te pasa infeliz, no te das cuenta que sos vos el pelotudo que me has chocado. Tomatela, conchudo...
Para que, el tipo se puso más loco, gritaba como un marrano, se sacudía la tierra de la ropa, señalaba la bicicleta y ejecutaba exagerados ademanes amenazantes hacia mí, mientras seguía además evaluando los daños recibidos en su persona y vehículo. El calor y el ruido en el playón eran insoportables, me di cuenta que me estaba calentando más de la cuenta y que no tenía sentido seguir discutiendo a las señas y a la distancia. Como el no se acercaba y yo no pensaba alejarme de mi auto, decidí gritarle.
__ Anda a cagar, boludo.
Si él decidía acercarse, tendríamos que seguir la discusión. Yo me di vuelta para dirigirme al playero que todavía estaba esperando con la manguera en la mano y me miraba con cara de duda y de asombro. Le dije.
__ Te parece ese pelotudo, me lleva él por delante y encima me putea, ¿es loco o que mierda le pasa?
El playero, siguiendo con la vista al otro tipo, que ya se había subido a la bicicleta y se alejaba despacito mirando de vez en cuando para atrás y seguramente soltándome alunas puteadas más, me preguntó.
__ ¿Cuánto le echamos Flaco?. Parece que conocía al otro tipo y no quiso tomar partido.
__ Diez pesos. Le dije.
Los numeritos de la bomba comenzaron a correr hasta clavarse en los diez pesos. El playero, mientras guardaba el billete que yo le di, dijo a modo de reflexión.
__ Mieeerrrcole..., casi lo haces hablar al mudo.
de G.W. para Juan Salvo

Un R-6 amarillo bajo el agobiante sol de aquel mediodía de noviembre en Mendoza. La aguja del medidor de nafta, estaba acostada debajo del cero hacia rato. Encendí un cigarrillo, sabiendo que no lo terminaría antes de llegar a la Estación de Servicio.
En un cruce de dos antiguas rutas estaba la Estación de Servicio. Si bien ahora quedaba a pocos minutos del Centro, conservaba la estructura de aquellas estaciones de servicio de las afueras, donde se abastecen camiones y camioneros antes o después de largos viajes. El ancho playón, antiguo estacionamiento de grandes vehículos manejados por los profesionales del rubro, ahora era un caos sin señalización por donde circulaban camiones, autos, bicicletas y peatones, en ambos sentidos de cada punto cardinal, y también en las infinitas diagonales.
En el semáforo de esa esquina en la que los años pusieron una rotonda, tiré el cigarrillo por la ventanilla. Trataba de deducir que es lo que iban a hacer los vehículos que tenían probabilidad de estorbar o interceptar mi trayectoria, cuando la luz verde indicara para la mayoría, “sálvese quien pueda”. Evaluaciones complejas donde intervenían, tamaño del vehículo, temeridad del conductor, urgencias inconfesables y otras variables reales, imaginarias e inimaginables, sucedían en los interiores de cada vehículo, algunos trataban de hacer claras sus intenciones con aceleradas intimidatorias.
Pasé la turbulencia del semáforo verde sin consecuencias, para entrar en la Estación de Servicio, ese playón sin ley.
Avanzaba despacio, casi a paso de hombre. Había mucha actividad, pero el camino a mi destino, el surtidor de nafta, estaba despejado. No por eso había que arrebatarse y acelerar, sino todo lo contrario. A lo lejos venia una bicicleta en dirección, que a los efectos prácticos, podría definir como perpendicular a la mía. En un principio no le di ninguna importancia, pero luego me comenzó a llamar la atención que seguía viniendo hacia mí, yo avanzaba y el conductor de la bicicleta, seguía dirigiéndola hacia mi R-6, como si viniese montado en algún tipo de torpedo teledirigido. A cada nueva posición mía, él parecía corregir automáticamente su rumbo, para seguir apuntándome. A unos treinta metros de mi meta, cuando ya creía haber logrado mi propósito sin inconvenientes, la bicicleta impacto en la parte trasera de mi auto, con la consecuente caída de su tripulante.
Fue una evaluación rápida, cuando mire hacia atrás (no por el espejito, me di vuelta en el asiento), el tipo ya se estaba levantando, no tenía sentido parar en el medio del playón. Seguí hasta la bomba, donde me esperaba el playero, manguera en mano. Me baje del R-6, fui a mirar el lugar del impacto en el auto, (esa mirada de inspección que tenemos todos, cuando chocamos o nos chocan), no tenía nada, le pase la mano a la chapa, como haciéndole una caricia. El tipo se había quedado parado en el lugar del “accidente”, a más de treinta metros e intercalaba miradas de inspección a su bicicleta con miradas llenas de odio hacia mí. Entonces yo le pegué el grito.
__ Sos loco, andas en pedo o estás medio pelotudo.
Evidentemente, el abanico de posibilidades que le di a elegir, no fue de su agrado, ya que empezó a gritar, hacer ademanes y gesticulaciones que evidentemente eran, más que una justa defensa, agresiones hacia mi persona. Era claro que el tipo me estaba puteando, a pesar de que no se escuchaban sus insultos debido al gran quilombo de motores de camiones, bocinazos y frenadas entre otros ruidos. Entonces pase a explicarle a los gritos y con las señas correspondientes.
__ Pero que te pasa infeliz, no te das cuenta que sos vos el pelotudo que me has chocado. Tomatela, conchudo...
Para que, el tipo se puso más loco, gritaba como un marrano, se sacudía la tierra de la ropa, señalaba la bicicleta y ejecutaba exagerados ademanes amenazantes hacia mí, mientras seguía además evaluando los daños recibidos en su persona y vehículo. El calor y el ruido en el playón eran insoportables, me di cuenta que me estaba calentando más de la cuenta y que no tenía sentido seguir discutiendo a las señas y a la distancia. Como el no se acercaba y yo no pensaba alejarme de mi auto, decidí gritarle.
__ Anda a cagar, boludo.
Si él decidía acercarse, tendríamos que seguir la discusión. Yo me di vuelta para dirigirme al playero que todavía estaba esperando con la manguera en la mano y me miraba con cara de duda y de asombro. Le dije.
__ Te parece ese pelotudo, me lleva él por delante y encima me putea, ¿es loco o que mierda le pasa?
El playero, siguiendo con la vista al otro tipo, que ya se había subido a la bicicleta y se alejaba despacito mirando de vez en cuando para atrás y seguramente soltándome alunas puteadas más, me preguntó.
__ ¿Cuánto le echamos Flaco?. Parece que conocía al otro tipo y no quiso tomar partido.
__ Diez pesos. Le dije.
Los numeritos de la bomba comenzaron a correr hasta clavarse en los diez pesos. El playero, mientras guardaba el billete que yo le di, dijo a modo de reflexión.
__ Mieeerrrcole..., casi lo haces hablar al mudo.
de G.W. para Juan Salvo